Bastante molestia ha despertado el informe final de la comisión de la verdad en los sectores uribistas del país, la gran mayoría de esta se encuentra dentro del Partido Centro Democrático, que al día de hoy no han podido frenar su decadencia política y electoral. En algunos “diálogos virtuales” que ha realizado Álvaro Uribe y José Obdulio Gaviria, los dos cerebros del Partido, se ha señalado la inconveniencia que tiene el informe, pues para el uribismo la realización de este informe estuvo en manos de “marxistas” y “personas de la teología de la liberación”.
Nada más lejos de la verdad, el líder supremo del Partido con voz cansada decía hace unos días: “vamos a examinar cada capítulo, cada conclusion y lo vamos a ir publicando a medida que lo tengamos, hay que analizar día a día y vamos a denunciar, -Ya llegó el libro a tal lado, ya llegó el libro a tal otro”.
El informe de la comisión de la verdad sintetiza lo ocurrido en el conflicto armado en Colombia a partir de 27.268 testimonios provenientes de los más de 32 departamentos del país; lo descrito en el informe es posible encontrarlo en un buen número de proximaciones académicas sobre el conflicto armado en Colombia y no representa una lectura novedosa de los patrones y el comportamiento de la guerra civil colombiana en la segunda mitad del siglo XX, tampoco de entrada se muestra la calidad de la entrevistas, más bien es un compilado bien logrado que tiene el plus de ser un estudio cuantitativamente robusto.
De este modo cabe preguntarse, sí este informe no devela verdades insospechadas y no esboza grandes descubrimientos ¿por qué Álvaro Uribe está tan molesto y está generando toda una estrategia de desprestigio en el informe de la comisión de la verdad? La respuesta a esta pregunta se encuentra en un aspecto pequeño pero muy importante, el informe de la comisión de la verdad está siendo leído en los colegios públicos y privados del país, y los docentes han asumido el compromiso de trabajar en sus clases con el informe, en otras palabras, este informe a diferencia de muchísima literatura que existe sobre el conflicto armado en Colombia, sí está siendo leído por viandantes y personas no especialistas en el tema, como lo pueden ser estudiantes de colegios y sus familias.
Dentro de esta intensa puja, que al parecer está perdiendo Uribe, cada vez más se está generando curiosidad en la sociedad colombiana sobre los pormenores del informe, ya muchos se preguntan ¿Por qué la pataleta del líder? ¿Qué será lo que dice el informe? ¿dirá algo parecido a lo que me contaba mi abuelo sobre sus años cuando él vivía en el pueblo? En fin, el informe está llegando a los niños y jóvenes, y esto no tiene forma de detenerse.
A propósito de los niños y jóvenes dentro del informe, hay un tomo que se titula “no es un mal menor: niños, niñas, y adolescentes en el conflicto armado”, esta es una parte genial, la parte del informe final que cuenta el impacto del conflicto armado en la niñez y la juventud. En efecto este tomo se realizó con base en 2.744 testimonios de personas menores de edad, testimonios que sirvieron para rastrear más de 4.000 hechos victimizantes sufridos por los niños y jóvenes, hechos como desplazamiento, amenaza, reclutamiento, violencia sexual, homicidios, torturas, exilio, despojo, entre otros.
Sí el panorama de la difusión del informe final de la comisión de la verdad continua siendo un éxito en los colegios de Colombia, decenas de miles de niños y jóvenes de esta generación podrán evidenciar la monstruosidad que era ser niño y habitante rural hace algunas décadas en el país, es decir, la niñez y la juventud en Colombia por cuenta del conflicto armado se vivía de una forma muy distinta a la que viven los niños del presente, pues los niños del pasado eran reclutados a la fuerza y luego ingresados a ejércitos de señores de la guerra, allí perdían su humanidad y comenzaban a buscar prestigio guerrero, para luego, volverse el guerrero más violento dentro de un universo de violencias y desconfianza mutuas.
Del mismo modo, ser niño y joven en la guerra implicaba madurar en ella, es decir, abandonar al padre y a la madre, e iniciar tempranamente la ingesta de alcohol y el consumo de cigarrillo, con ello mostraban que estaban listos para la vida adulta, y que acto seguido, estaban listos para la guerra. En este mundo rural los jóvenes se incorporaban a las Fuerzas Militares en el momento que cumplen 18 años, pero también desde antes de los 18 años se “vinculaban” al mundo violento, por medio de grupos de jóvenes que hacen parte de la “infancia misionera” de la Policía Nacional, allí realizaban ejercicios de calistenia y gimnasia americana, desarrollaban actividades de servicio social, departían con agentes de policía, usan camisetas blancas y botas de cuero, y poco a poco clarificaban su sentido en el mundo, trabajar para acabar con su enemigo, la guerrilla.
Esta infancia robada tuvo decenas de aristas, como los niños reclutados por guerrilleros después del asesinato de sus familias por parte de grupos paramilitares, o el uso del enamoramiento de los niños para que ingresaran a la vida guerrera, este enamoramiento no solo era afectivo desde el otro sexo, también lo era en el prestigio que daba ser hombre de honor, de estar al interior de la organización, llevar armas, vestirse de uniforme, es decir, un tempranero corte de los proyectos de vida de estos niños y niñas que antes de la guerra, soñaban con ser futbolistas, artistas, profesionales y empresarios.