Cuando se está en busca de colegio para nuestros hijos es muy importante la percepción de la comunidad de la cuadra, el barrio, la localidad y en la ciudad. Generalmente, uno como padre de familia empieza a indagar en esas percepciones para tomar una decisión y empezar con el proceso de solicitud de cupo ante la secretaria de educación respectiva.
En Bogotá, por ser una ciudad tan grande se tiene en cuenta la cercanía al lugar de vivienda, el desplazamiento, la seguridad y comodidad de quienes deben llevar a los niños al colegio, pero hay algo que, aunque pueda parecer trivial o poco importante para muchos, para mí si lo es. Es lo relacionado con las “fachadas” de los colegios públicos.
En Bogotá existen 400 colegios públicos y muchos de ellos tienen 2, 3 o más sedes y entre ellas existen bastantes diferencias. No es lo mismo la fachada de la sede A con la fachada de la sede B, son el mismo colegio pero su entrada es totalmente diferente. Existen entradas de colegios que están en tal abandono, que si no es porque se ven niños y docentes se pensaría que son inmuebles abandonados porque sus paredes se ven sucias, o tienen rejas que se ven oxidadas, sin pintura y con apariencia de que se van a caer. Todo lo anterior da una sensación de inseguridad para quienes pasan por enfrente del colegio, como para quienes son miembros de la comunidad educativa.
Ver la fachada de un colegio y especialmente público (no todas) da mucha tristeza e indignación, por cuanto es el reflejo de los malos gobiernos que hemos tenido y que no demuestran ni un poco de empatía para con sus conciudadanos y, especialmente, con los más necesitados. La educación pública no puede ser sinónimo de suciedad, dejadez, abandono y, mucho menos, pensar que la solución es privatizar. En todos nosotros debe existir la obligación de exigir unas buenas condiciones de infraestructura en cada institución pública de la ciudad y del país.
La fachada de una institución educativa es el preámbulo de que algo bueno que está sucediendo adentro, de todas las maravillas académicas que los docentes realizan con sus estudiantes. Es la culminación de muchas horas de trabajo académico, de investigación y de preparación que se ven reflejadas en la aceptación o no con ellos, quienes son los mayores evaluadores del trabajo docente. El trabajo académico en el aula de clase tiene dos grandes protagonistas: docentes, profesores, maestros y estudiantes, alumnos, aprendices o como lo queramos llamar, pero dentro de la institución está sucediendo algo maravilloso que es el proceso de aprendizaje entre todos sus actores.
Las instituciones merecen tener unas condiciones excelentes de infraestructura ya que son de todos nosotros (los colombianos). Es imperdonable que debamos estar denunciando que se le haga mantenimiento a estos edificios o propiedades; por cuanto deberían existir o existirán responsables de hacer seguimiento a la infraestructura (desconozco cuántos cargos habrá en la secretaria) para que las instituciones se mantengan en las mejores condiciones, garantizando que nuestros hijos y estudiantes no correrán peligro porque una pared o reja no les caerá encima.
Nuestros gobiernos son expertos en estar haciendo discursos sobre la importancia de niños y jóvenes, pero en la práctica esto no se ve reflejado porque se debe estar peleando o marchando para conseguir los recursos necesarios para que las instituciones publicas funcionen de la mejor manera.
Cada año el gobierno de turno, tanto nacional como regional, sale a los medios de comunicación a decir que está invirtiendo el mayor presupuesto de la historia para educación, y claro que debe ser así porque por el costo de vida y la inflación, el dinero se aumenta pero alcanza para menos.
Es por ello que las fachadas e infraestructura de los colegios públicos cada día están mas deteriorados, por ello se hace urgente unir esfuerzos de estudiantes, padres de familia y docentes para exigir que podamos trabajar en lugares dignos, con una infraestructura que valga la pena para que NUESTRAS FACHADAS SEAN DE COLEGIOS DE VERDAD.
