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Notas sobre la trampa de la “pérdida de aprendizaje”

Este año escolar, a medida que los maestros y las maestras construyen cuidadosamente sus planes y unidades de clase, hacen sus planeaciones, construyen una comunidad con los estudiantes y se enfrentan a diferentes dificultades de sus estudiantes y de los ambientes difíciles en las escuelas y las comunidades, también tienen que lidiar con un aluvión de mensajes de los medios catastrofizando sobre la llamada «pérdida de aprendizaje». Los titulares sugieren que las pérdidas son «históricas», «devastadoras» y que los estudiantes están «críticamente atrasados». Este alarmismo proviene no solo de la derecha política; hay un peligroso consenso liberal-conservador.

La narrativa de la pérdida de aprendizaje se muestra en datos del momento con base en las pruebas estandarizadas, pero no se trata realmente de este momento. Más bien, es un arma empuñada contra el pasado, para echar la culpa por el cierre de escuelas por la pandemia, y contra el futuro, para enmarcar y estrechar las opciones políticas futuras.

Los últimos años han tenido un impacto negativo, a veces terrible, en la vida de los estudiantes, niños, niñas, jóvenes, personas adultas, maestros y maestras. Miles de personas han muerto de COVID-19. Y la pandemia no ha terminado; las personas en las familias de nuestros estudiantes continúan debilitándose o muriendo. Además de la pandemia de la salud se manifestaron otras pandemias, la de la pobreza, la desigualdad, la de la inseguridad, la de los miedos y los problemas emocionales y psicológicos (toda una sindemia). Cada vida perdida es un hilo en el tapiz de relaciones que unen familias, comunidades, vecindarios y escuelas.

Los mismos grupos que constituyen la mayor parte de las familias de las escuelas públicas (gente pobre, desplazados, migrantes afrocolombianos e indígenas) también soportan de manera desproporcionada la carga de la pandemia, y de la pobreza y el hambre, sufriendo las tasas más altas de infección, enfermedad grave, hospitalización, muerte, desempleo y pobreza.

¿Era necesario cerrar las escuelas y pasar al aprendizaje remoto? Sí. ¿Agravó la emergencia para las familias y los jóvenes? Por supuesto. Las escuelas importan. Las escuelas son centros de conocimientos, de comunidad y atención, y sin ellas todos estamos peor. En un país que no ofrece cuidado infantil público a las familias, las escuelas hacen posible que los padres y cuidadores trabajen. En un país en el que aproximadamente el 50% por ciento de la población lucha contra el hambre, una vez más, representada desproporcionadamente en las escuelas públicas, las escuelas hacen posible que los niños  y las niñas coman.

Y sí, las escuelas son lugares donde los niños, niñas, jóvenes y personas adultas aprenden: a leer, a interpretar y producir textos, sumar, multiplicar, resolver problemas, investigar y cantar; ser un buen amigo y miembro de la comunidad; a hacer preguntas y buscar respuestas: a investigar cómo funciona la fotosíntesis, las plantas, a saber qué quieren decir los líderes cuando se autodenominan «protectores del agua», cuidadores de los suelos, de los bosques, de los animales, de los derechos humanos, del derecho a la tierra, del derecho al reconocimiento de sus culturas y mucho más.

Dada la importancia de las escuelas y la magnitud de la devastación de la pandemia y la sindemia, lo desconcertante no es que las habilidades académicas de los estudiantes se hayan visto afectadas, sino que cualquiera podría imaginar lo contrario. Llevamos casi tres años de una crisis de salud en curso que ha reducido años la esperanza de vida promedio. Por supuesto que nos ha dejado marcas.

Pero la narrativa de la pérdida de aprendizaje no invita a la reflexión sobre toda la gama de pérdidas colectivas que hemos sufrido, ni anima a preguntarse por qué nuestro gobierno —y nuestro sistema político y económico— fracasó de manera tan espectacular al anticipar, planificar y hacer frente a las coronavirus y a los demás problemas sociales no atendidos.

Desviar la culpa del sistema de salud con fines de lucro y la respuesta del gobierno al coronavirus es parte de lo que hace que la narrativa de la pérdida de aprendizaje sea tan valiosa para los poderosos que no tienen interés en desafiar los patrones existentes de riqueza y poder.

Es una narrativa destinada a distraer al público y disciplinar a los maestros y maestras. Aquí está la receta: 1. Establecer que el cierre de las escuelas perjudica a los estudiantes usando una medida limitada como los puntajes de las pruebas; 2. Culpar el cierre de las escuelas a los sindicatos de docentes en lugar de a una pandemia mortal; 3. Exigir que las escuelas y los maestros ayuden a los estudiantes a “recuperar el terreno académico perdido durante la pandemia”, y rápido; 4. Usar los puntajes de las pruebas posteriores al regreso a la normalidad para argumentar que los maestros y las maestras y las escuelas están “fracasando”; 5. Implementar un plan de estudios «a prueba de maestros» (de arriba hacia abajo, estandarizado, incluso con guión) o, de manera más insidiosa, abogar por políticas que significarán el fin de las escuelas públicas por completo.

El camino a seguir se parece inquietantemente a lo que Naomi Klein ha llamado la «doctrina del shock», donde actores poderosos, como políticos, magnates corporativos y expertos, usan la desorientación de las personas después de un shock colectivo, ya sea un terremoto devastador o una pandemia mortal, para impulsar políticas neoliberales pro -empresariales.

Sabemos lo que viene después: una ronda de puntajes pésimos en matemáticas y lectura y la frase favorita de los medios de los grandes empresario y de sus teóricos: “¿Ves? Gastar dinero en las escuelas no sirve”.

El redoble de la pérdida de aprendizaje revela que los principales medios de comunicación tienen más desdén que curiosidad acerca de lo que en realidad podría mejorar la situación de las escuelas a largo plazo

Un plan real para la recuperación de la devastación de la pandemia en la educación pública se puede encontrar en las demandas de los y las maestras, reformar el Sistema general de Participaciones, fortalecer la educación pública estatal (clases más pequeñas, mejores condiciones dentro de los edificios escolares, más recursos para atender la salud mental de los estudiantes. Mejorar y fortalecer las escuelas públicas rurales, fortalecer la EPJA, mejorar la atención de salud de las maestras y maestros.

Esta pandemia ha traído pérdidas reales, sabemos lo que las escuelas necesitan para ayudar a los estudiantes a recuperarse de los traumas de los últimos años: más maestros y maestras, orientadores/as; tamaños de clase más pequeños; tiempo de planificación para que los educadore/as desarrollen un currículo y estrategias pedagógicas centradas en las vidas y realidades de los estudiantes; fortalecer la educación intercultural que reconozca los saberes invisibilizados de los diferentes sectores sociales, afrocolombianos, indígenas, de mujeres, y la creación de hermosos espacios para aprender, hacer arte, jardinería y jugar.

No caigamos en el truco de la pérdida de aprendizaje que traslada la culpa de los catastróficos resultados de décadas de desinversión en bienes públicos a las víctimas de esa catástrofe ya quienes se organizan para recuperarse de ella. No son los estudiantes y los maestro/as los que están reprobando la prueba de esta pandemia, sino un sistema político y económico que antepone las ganancias a las personas.

Jorge Posada
Profesor Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. Correo: jposada@pedagogica.edu.co
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