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lunes, mayo 13, 2024
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El teatro de las mascaras

La única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna.
Jean Jacques Rousseau

Si alguien preguntara si la educación pública y, en general, la escuela debería existir en la actualidad, lamentablemente debería responder que no. Muchos abrirían sus ojos desorbitados, los intelectuales acudirían a argumentos de todo tipo para desvirtuar mi afirmación, los sindicalistas me señalarían de ser agente del neoliberalismo salvaje y pro peñalosista (lo que me daría nauseas no más de pensarlo) y me sacrificarían en los altares de su incompetente lucha de rodillas. Algunos me tirarían piedras y otros flores, los padres de familia me escupirían en el rostro porque ahora sus hijos serían su responsabilidad y deberían hacerse cargo de su creación, algo a lo cual temen y los llena de terror.

Finalmente, las pobres criaturas me mirarían con un gesto de agrado porque de una vez por todas estarían «libres» para perderse en la miseria de su ignorancia y otros en la amargura porque ya no tendrían su refrigerio, ese que con tanto anhelo desean desde que cruzan las puertas de esta moderna fábrica de mentiras que llamamos escuela. Es la hora de entrada a este lúgubre lugar pintado a la semejanza de un centro de reclusión y dispuesto para crear seres cautivos y dóciles.

Ha llegado la hora y cada quien alista su mejor rostro; lo saca de su maleta, su mochila o en el mejor de los casos lo lleva puesto desde casa para desdeñar el humano que lleva dentro. Algunos muy cultos y prepotentes, otros con el estómago hundido por el hambre o sus problemas y cautivos en su ignorancia la cual adoran y le rinden culto con su dislexia cognitiva.

Empieza el primer acto y cada quien detrás del telón se alista para disponer de su rol; Docere y Dicere esperan el llamado del público para salir al tablón. El público al que llamamos sociedad aplaude con especial entusiasmo este acto banal con la firme esperanza de gozar de los frutos de un buen espectáculo. Desde los altares del olimpo pedagógico al que se le llama nivel central, se observa con ojos de prejuicio el desarrollo del acto y sus secuaces (urracas, elefantes blancos y uno que otro delfín) en las IED solicitan que este acto se cumpla con marcha marcial y casi fúnebre.

Algunos de estos secuaces imponen un culto a su personalidad y amablemente nos adiestran a todos en el bello arte de la obediencia (al mejor estilo hobbesiano), que brinda el absolutismo monárquico que han asumido y usurpa el lugar del libre albedrío. Olvidan que de un ambiente coercitivo y controlado no puede obtener resultado distinto que la aridez del pensamiento. Hay algunos que aman más la disciplina que las ideas y el pensamiento, que triste por ellos. Termina el primer acto, los aplausos viene y van, el público sigue expectante. Continua el espectáculo. Ahora vienen los profesionales del engaño, unos y otros se ríen bajo su máscara; como lo mencionara Hobbes “la risa no es más que la gloria que nace de nuestra superioridad”, esa que cada uno cree tener sobre su compañero de acto.

Algunos Dicere se sientan como bultos de carne, despojados de humanidad; otros aun poseen el anhelo que alguna pócima mágica actué y que sin el menor esfuerzo todo lo que debería saber, conocer y vivir ingrese en sus mentes y cuerpos. Otros más sinceros dejan caer su máscara en medio del acto y dejan ver la desnudes de su ser, donde esta sarta de mentiras diarias los tiene sin cuidado, son seres cuyo pobre y limitado espíritu los conduce a cortas y pobres decisiones que repetirán una y otra vez en su larga y pobre existencia. Que desafortunados son ellos quienes regarán por el mundo la semilla de sus actos.

¡Se apagan las luces, aparece el Docere, ohh!!!!; ser mezquino y cicatero en esta obra, te revuelcas en el fango de tu amarga situación, tanto por tu condición material como por tu pobreza intelectual. Camina de un lado a otro vociferando conocimientos y recitando muy bien su monólogo, el cual roto y maltrecho por los años cada vez es más corto y menguado. Algunos muy longevos llevan toda su vida haciéndolo y a lo sumo lo copiaron de un tercero.

Fotograma de la película «The Wall» (1982).

Docere pasas tu vida quejándote pero no te atreves a salir a luchar por tus derechos cuando llega el momento de hacerlo, pasas los días pensando como arrancarle un peso más a la vida y aliviar tus males, pero no le dedicas ni uno solo a pelear por tus derechos, aquellos que han pateado delante de ti y que vez con cara de imbécil como se van al traste sin que hagas nada por parar esta situación. Que personaje más triste, que acto más lisonjero.

Termina el día y con ello la obra, pero no deja de repetirse incesantemente como si de un dejavú se tratara. Vienen los aplausos, el público se pone de pie, salen los actores y son aclamados mientras se miran a los ojos con una sonrisa cómplice en sus labios, porque han hecho creer al mundo entero que esta sarta de mentiras conducirá a una transformación social. Unos y otros se dan una palmadita en la espalda, desde el olimpo se vanaglorian de diseñar el guion, los capataces se tiran flores a sí mismos porque se conservó la disciplina sin mayores novedades en el transcurso de la obra, los actores se saludan a sí mismos con abrazos porque un día más ha concluido y la obra ha sido un éxito total.

Todos van a sus casas con el sinsabor que fue toda una mentira y es preciso el retorno a la realidad. Cada quien deja su máscara en el mejor de los lugares, unos la guardan de nuevo en su maleta, otros en sus casilleros y otros en ostentosos carros que deben algún banco. El teatro cierra y todos huyen despavoridos y ansiosos de este sórdido escenario.
Aun ahí esperanza. La educación no debe ni debe ser un lugar de frustración e inmovilidad, la libertad debe ser la premisa que rija los actos al interior de la formación del hombre, cada quien debe asumir su papel, las instituciones educativas no deben ser centros de parqueo de bustos de carne. Padres y estudiantes deben adquirir la sensatez de que este es uno de los pocos espacios en los cuales la sociedad bogotana y colombiana puede encontrar la redención a sus “errores” históricos.

Los maestros deben salir del confort y comodidad de su nombramiento y dejar el juego estéril del conformismo, atreverse a darlo todo en el aula y a educar no instruir. ¿Qué tienen que perder si todo ya está perdido?. Besar la mano del que te golpea nunca traerá nada bueno, la historia lo ha enseñado; dejar el derrotismo a un lado debe ser la premisa. La escuela debe entender que espacios institucionalmente autoritarios de culto al hedonismo administrativo como norma solo conduce a la aridez del pensamiento y a una subsecuente perdida de la imaginación y capacidad de crear. Es como arar en el mar,  ¿acaso tiene sentido controlarlo todo si de ello solo se logra la miseria colectiva?

Estudiante, Dicere, el futuro de la vida solo está en las manos de cada ser. Las ansias de aprender, las ganas de vivir y progresar solo parten de la motivación individual de cada hombre y mujer, es algo que se cultiva con empeño y entusiasmo, con fervor y perseverancia. Si me preguntaran de nuevo si la educación pública debe desaparecer les respondería que tendría que observar de nuevo la obra y ver si los actores han asumido con profesionalismo su papel de revolucionar el arte de aprender, solo ahí podría tener una respuesta.

Alejandro Cano
Licenciado en ciencias sociales - Universidad pedagógica nacional. Magister en evaluación y aseguramiento de la calidad de la educación con énfasis en políticas públicas - Universidad Externado. Actualmente es docente de Ciencias Sociales, Ciencias Políticas y representante de los maestros del INEM de Kennedy. Activista sindical del Colectivo de Maestros y Maestras La Roja. Correo electrónico: cilax01@gmail.com Se desempeña como activista sindical del colectivo la Roja y ejerce funciones como veedor de salud de la ADE
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