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La formación de los intelectuales

Por: Antonio Gramsci (1891-1937)

¿Son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente, o bien tiene cada grupo social su categoría propia especializada de intelectuales? El problema es complejo por las  varias formas que ha tomado hasta ahora el proceso histórico real de formación de las diversas categorías intelectuales.

Las más importantes de esas formas son dos:

1) Todo grupo social, como nace en el terreno originario de una función esencial en el  mundo de la producción económica, se crea al mismo tiempo y orgánicamente una o más capas de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico, sino también en el social y político: el empresario capitalista crea consigo mismo el técnico industrial, el científico de la economía política, el organizador de una nueva cultura, de un nuevo derecho, etc.

Hay que observar el hecho de que el empresario representa una elaboración social superior, ya caracterizada por una cierta capacidad dirigente y técnica (o sea, intelectual); ha de tener, además, una cierta  capacidad técnica fuera de la esfera limitada de su actividad y de su iniciativa, o sea, también en otras esferas, en aquellas, por lo menos, más próximas a la producción económica (tiene que ser un organizador de masas de hombres; tiene que  ser un organizador de la “confianza” de los sujetos que ahorran en su empresa, de los  compradores de su mercancía, etc.).

Una elite, al menos, de los empresarios, si no todos, ha de tener una capacidad de organización de la sociedad en general, en todo su complejo organismo de servicios, hasta llegar al organismo estatal, por la necesidad de crear las condiciones más favorables a la expansión de su propia clase; o ha de tener al menos la capacidad de escoger los “administradores” (empleados especializados) a quienes confiar esa actividad organizativa de las relaciones generales exteriores a la  empresa. Puede observarse que los intelectuales “orgánicos” producidos por cada nueva clase al constituirse ella misma en su progresivo desarrollo son en su mayor parte “especializaciones” de aspectos parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo sacado a la luz por la nueva clase.

También los señores feudales poseían una particular capacidad técnica, que era la militar, y  precisamente la crisis del feudalismo empieza en el momento en que la aristocracia pierde  el monopolio de la capacidad técnico-militar. Pero la formación de los intelectuales en el  mundo feudal y en el anterior mundo clásico es una cuestión que debe estudiarse aparte:  esa formación y elaboración procede por vías y modos que hay que estudiar  concretamente. Así, es necesario observar que la masa de los campesinos, aunque tenga  una función esencial en el mundo de la producción, no elabora intelectuales “orgánicos”  propios suyos ni se “asimila” nunca a una capa de intelectuales “tradicionales”, aunque  estos grupos sociales toman muchos de sus intelectuales de la masa de los campesinos, y  gran parte de los intelectuales tradicionales son de origen campesino.

2) Pero todo grupo social “esencial”, al surgir en la historia a partir de la estructura anterior y como expresión de un desarrollo de esta (de esta estructura), ha encontrado, al menos en la historia hasta el momento ocurrida, categorías intelectuales preexistentes y que hasta parecían representar una continuidad histórica ininterrumpida, a pesar de los cambios más  complicados y radicales de las formas sociales y políticas.

La más típica de estas categorías intelectuales es la de los clérigos, monopolizadores  durante mucho tiempo (durante toda una fase histórica que se caracteriza incluso, en  parte, por ese monopolio) de algunos servicios importantes: la ideología religiosa, o sea, la  filosofía y la ciencia de la época, junto con la escuela, la instrucción, la moral, la justicia, la beneficencia, la asistencia, etc. La categoría de los eclesiásticos puede considerarse como  la categoría intelectual orgánicamente vinculada con la aristocracia de la tierra: estaba jurídicamente equiparada a la aristocracia, con la que se repartía el ejercicio de la  propiedad feudal de la tierra y el uso de los privilegios estatales dimanantes de la  propiedad.

Pero el monopolio de las superestructuras por parte de los clérigos no se ha ejercido  nunca sin luchas y limitaciones, y así se ha producido el nacimiento –en varias formas que hay que investigar y estudiar concretamente– de otras categorías, favorecidas y ampliadas por  el reforzamiento del poder central del monarca hasta el absolutismo. Así se va formando la  aristocracia de la toga, con sus privilegios propios, y una capa de administradores,  científicos, teóricos, filósofos no eclesiásticos, etcétera.

Dado que esas varias categorías de intelectuales tradicionales sienten con “espíritu de  cuerpo” su ininterrumpida continuidad histórica y su “calificación”, se presentan ellos  mismos como autónomos e independientes del grupo social dominante. Esta  autoafirmación no carece de consecuencias de mucho alcance en el terreno ideológico y  político: toda la filosofía idealista puede relacionarse fácilmente con esa posición adoptada  por el complejo social de los intelectuales, y puede entenderse como la expresión de la  utopía social por la cual los intelectuales se creen “independientes”, autónomos, revestidos de sus caracteres propios, etc.

Pero obsérvese que si el Papa y la alta jerarquía de la  Iglesia se creen más vinculados con Cristo y con los apóstoles que con los senadores  Agnelli y Benni, no puede decirse lo mismo de Gentile y Croce, por ejemplo: Croce sobre todo se siente intensamente vinculado con Aristóteles y Platón, pero nunca esconde, sino al contrario, que está vinculado con los senadores Agnelli y Benni, y precisamente en esto hay que ver el carácter más destacado de la filosofía de Croce.

¿Cuáles son los límites “máximos” de la acepción de “intelectual”? ¿Puede hallarse un  criterio unitario para caracterizar por igual todas las varias y diversas actividades  intelectuales y para distinguirlas al mismo tiempo y de un modo esencial de las actividades de los demás grupos sociales? El error metódico más frecuente parece consistir en buscar  ese criterio de distinción en el núcleo intrínseco de las actividades intelectuales, en vez de  verlo en el conjunto del sistema de relaciones en el cual dichas actividades (y, por tanto,  los grupos que las personifican) se encuentran en el complejo general de las relaciones  sociales.

Pues el obrero o proletario, por ejemplo, no se caracteriza específicamente por el trabajo manual o instrumental, sino por ese trabajo en determinadas condiciones y en  determinadas relaciones sociales (aparte del hecho de que no existe ningún trabajo  puramente físico, y que la misma expresión de Taylor, “gorila amaestrado”, es una mera  metáfora para indicar un límite en cierta dirección: en cualquier trabajo físico, incluso en el  más mecánico y degradado, hay un mínimo de calificación técnica, o sea, un mínimo de  actividad intelectual creadora).

Y ya se ha observado que el empresario, por su misma función, ha de tener en cierta  medida algunas calificaciones de carácter intelectual, aunque su figura social no está  determinada por ellas, sino por las relaciones sociales generales que caracterizan, precisamente, la posición del empresario en la industria. Por eso podría decirse que todos  los hombres son intelectuales; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función  de intelectuales.

Cuando se distingue entre intelectuales y no intelectuales se refiere uno en realidad y exclusivamente a la función social inmediata de la categoría profesional de los intelectuales, es decir, se piensa en la dirección en que gravita el peso mayor de la  actividad profesional específica; en la elaboración intelectual o en el esfuerzo nervioso- muscular.

Eso significa que, aunque se puede hablar de intelectuales, no se puede hablar de no intelectuales, porque no existen los no intelectuales. Pero tampoco la relación entre  esfuerzo de elaboración intelectual-cerebral y esfuerzo nervioso-muscular es siempre igual; por eso hay varios grados de actividad intelectual específica. No hay actividad humana de  la que pueda excluirse toda intervención intelectual: no se puede separar al homo faber del homo sapiens.

Al cabo, todo hombre, fuera de su profesión, despliega alguna actividad intelectual, es un “filósofo”, un artista, un hombre de buen gusto, participa de una concepción del mundo, tiene una línea consciente de conducta moral y contribuye, por tanto, a sostener o a modificar una concepción del mundo, o sea, a suscitar nuevos modos de pensar.

El problema de la creación de una nueva capa intelectual consiste, por tanto, en elaborar  críticamente la actividad intelectual que existe en cada individuo con cierto grado de  desarrollo, modificando su relación con el esfuerzo nervioso-muscular en busca de un  nuevo equilibrio, y consiguiendo que el mismo esfuerzo nervioso-muscular, en cuanto  elemento de actividad práctica general que innova constantemente el mundo físico y social, se convierta en fundamento de una concepción del mundo nueva e integral.

El tipo tradicional y vulgarizado del intelectual es el ofrecido por el literato, el filósofo, el artista. Por eso los periodistas, que se consideran literatos, filósofos y artistas, se  consideran también como los “verdaderos” intelectuales. Pero en el mundo moderno la  base del nuevo tipo de intelectual debe darla la educación técnica, íntimamente relacionada con el trabajo industrial, incluso el más primitivo y carente de calificación. Sobre esa base  trabajó el semanario L’Ordine Nuovo para desarrollar ciertas formas de nueva  intelectualidad y para determinar los nuevos conceptos, y no fue esa una de las menores  razones de su éxito, porque ese planteamiento correspondía a aspiraciones latentes y  concordaba con el desarrollo de las formas reales de la vida.

El modo de ser del nuevo intelectual no puede ya consistir en la elocuencia, motor exterior  y momentáneo de los afectos y las pasiones, sino en el mezclarse activo en la vida  práctica, como constructor, organizador, “persuasor permanente” precisamente por no ser  puro orador, y, sin embargo, superior al espíritu abstracto matemático; de la técnica- trabajo pasa a la técnica-ciencia y a la concepción humanista histórica, sin la cual se sigue  siendo “especialista” y no se llega a “dirigente” (especialista + político). Así se forman  históricamente categorías especializadas para el ejercicio de la función intelectual.

Se forman en conexión con todos los grupos sociales, pero especialmente con los grupos  sociales más importantes, y experimentan elaboraciones más amplias y complicadas en  relación con el grupo social dominante. Una de las características más salientes de todo  grupo que se desarrolla hacia el dominio es su lucha por la asimilación y la conquista  “ideológica” de los intelectuales tradicionales, asimilación y conquista que es tanto más  rápida y eficaz cuanto más elabora al mismo tiempo el grupo sus propios intelectuales  orgánicos.

El enorme desarrollo que han tomado la actividad y la organización de la escuela (en  sentido amplio) en las sociedades surgidas del mundo medieval indica la importancia que  han llegado a adquirir en el mundo moderno las categorías y las funciones intelectuales;  igual que se ha intentado profundizar y dilatar la “intelectualidad” de cada individuo, así  también se han intentado multiplicar las especializaciones y refinarlas. Eso se aprecia por  los diversos grados de las instituciones de enseñanza, hasta llegar a los organismos que  promueven la llamada “cultura superior” en todos los campos de la ciencia y de la técnica.

La escuela es el instrumento para la elaboración de los intelectuales de los diversos grados. La complejidad de la función intelectual en los diversos Estados puede medirse objetivamente por la cantidad de escuelas especializadas y por su jerarquización: cuanto  más extensa es el “área” escolar y cuanto más numerosos son los “grados” “verticales” de  la enseñanza, tanto más complejo es el mundo cultural, la civilización de un Estado determinado.

En la esfera de la técnica industrial puede obtenerse un término de  comparación: la industrialización de un país se mide por su equipo para la construcción de máquinas y por su equipo para fabricar instrumentos cada vez más precisos destinados a la construcción de máquinas y de instrumentos para construir máquinas, etc. El país que mejor equipo tiene para construir instrumentos para los gabinetes especializados de los científicos y para construir instrumentos destinados a la verificación de esos instrumentos puede  considerarse como el más complicado en el terreno técnico-industrial, como el país más  civilizado, etc.

Así ocurre también por lo que hace a la preparación de los intelectuales y a las escuelas  dedicadas a esa preparación: las escuelas y las instituciones de alta cultura son asimilables. Tampoco en este campo puede separarse la cualidad de la cantidad. A la especialización  técnico-cultural más refinada tiene que corresponder la mayor extensión posible de la  difusión de la instrucción primaria y la mayor solicitud en favorecer los grados intermedios  en el mayor número posible.

Como es natural, esa necesidad de crear la más amplia base posible para la selección y la elaboración de las calificaciones intelectuales más altas –es decir, de dar a la cultura y a la técnica superiores una estructura democrática– no carece de inconvenientes: así se crea la posibilidad de grandes crisis de paro de los estratos medios intelectuales, como efectivamente ocurre en todas las sociedades modernas.

Hay que observar que la elaboración de las capas intelectuales en la realidad concreta no  se produce en un terreno democrático abstracto, sino según procesos históricos  tradicionales muy concretos. Se han formado capas que tradicionalmente “producen” intelectuales, y son las mismas capas que tradicionalmente se han especializado en el  “ahorro”, o sea, la burguesía rural pequeña y media y algunos estratos de la burguesía  urbana pequeña y media.

La variada distribución de los diversos tipos de escuela (clásicos y profesionales) en el  territorio “económico” y las varias aspiraciones de las diversas categorías de esas capas  determinan o dan forma a la producción de las diversas ramas de especialización  intelectual. Así, por ejemplo, en Italia la burguesía rural produce especialmente  funcionarios estatales y miembros de las profesiones liberales, mientras que la burguesía  urbana produce técnicos para la industria, y por eso la Italia del norte produce  especialmente técnicos y la Italia del sur produce especialmente funcionarios y miembros  de las profesiones liberales.

La relación entre los intelectuales y el mundo de la producción no es inmediata, como  ocurre con los grupos sociales fundamentales, sino que está “mediada”, en grados diversos, por todo el tejido social, por el complejo de las superestructuras, cuyos “funcionarios” son  precisamente los intelectuales. Podría medirse la “organicidad” de los diversos estratos  intelectuales, su conexión más o menos íntima con un grupo social fundamental,  estableciendo una gradación de las funciones y de las superestructuras de abajo a arriba  (desde la base estructural hacia arriba).

Por ahora es posible fijar dos grandes “planos” superestructurales; el que puede llamarse  de la “sociedad civil”, es decir, del conjunto de los organismos vulgarmente llamados  “privados”, y el de la “sociedad política o Estado”, que corresponden, respectivamente, a la  función de “hegemonía” que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad y a la de  “dominio directo” o de mando, que se expresa en el Estado y en el gobierno “jurídico”.

Estas funciones son muy precisamente organizativas y conectivas. Los intelectuales son los  “gestores” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la  hegemonía social y del gobierno político, o sea: (1) del consentimiento “espontáneo”, dado por las grandes masas de la población a la orientación impresa a la vida social por el grupo  dominante fundamental, consentimiento que nace “históricamente” del prestigio (y, por  tanto, de la confianza) que el grupo dominante obtiene de su posición y de su función en el mundo de la producción; (2) del aparato de coerción estatal, que asegura “legalmente” la  disciplina de los grupos que no dan su “consentimiento” ni activa ni pasivamente; pero el  aparato se construye teniendo en cuenta toda la sociedad, en previsión de los momentos  de crisis de mando y de crisis de la dirección, en los cuales se disipa el consentimiento espontáneo.

Este planteamiento del problema da como resultado una extensión muy grande del  concepto de intelectual, pero sólo así es posible llegar a una aproximación concreta de la  realidad. Este modo de plantear la cuestión choca con los prejuicios de casta: es verdad que la misma función organizativa de la hegemonía social y del dominio estatal produce  una cierta división del trabajo –y, por tanto, toda una tradición de calificaciones, en algunas de las cuales no aparece ya ninguna atribución directiva ni organizativa: existe en el  aparato de dirección social y estatal toda una serie de empleos de carácter manual e  instrumental (de orden y no de concepto, de agente y no de oficial o funcionario, etc.)–,  pero hay que introducir evidentemente esta distinción, como habrá que admitir algunas más.

De hecho, la actividad intelectual tiene que dividirse y distinguirse por grados también  desde el punto de vista interno, grados que en los momentos de oposición extrema dan  una diferencia cualitativa propiamente dicha: en el escalón más alto hay que colocar a los  creadores de las varias ciencias: de la filosofía, del arte, etc.; en el más bajo, a los más  humildes “administradores” y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente, tradicional, acumulada.

En el mundo moderno se ha ampliado de un modo inaudito la categoría de los intelectuales  así entendida. El sistema social democrático-burgués ha elaborado masas imponentes, no  todas justificadas por las necesidades sociales de la producción, aunque lo están por las  necesidades políticas del grupo dominante fundamental. De aquí la concepción loriana del “trabajador” improductivo (pero ¿improductivo respecto de quién, y respecto de qué modo de producción?), que podría justificarse parcialmente si se tiene en cuenta que esas masas  explotan su posición para conseguir diezmos ingentes de la renta nacional.

La formación de  masa ha estandarizado a los individuos en cuanto a su calificación  individual y a su psicología, determinando los mismos fenómenos que en todas las masas  estandarizadas): competición que plantea la necesidad de la organización profesional de  defensa, paro, superproducción de las escuelas, emigración, etcétera.

Tomado de: 

Varesi, G. (Comp.) (2015). Hegemonía y lucha política en Gramsci: Selección de textos. Ediciones Luxemburg. Buenos Aires. Pp. 95-104.

La Hojarasca
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