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Que amar la tierrita no nos cueste la vida

Eran las 10 de la mañana y la faena del día anterior había hecho que muchos citadinos estuviéramos exhaustos, correr como nunca, e inhalar gas lacrimógeno como siempre no era algo muy extraño para nosotros, idealistas universitarios que solo queríamos apoyar la lucha de los nadies, aunque nuestros cuerpos no estuvieran preparados para la batalla. Sin embargo, esa no era la historia de los campesinos que venían de los diferentes municipios de la región del Sumapaz, los disturbios del día anterior desarrollados en el municipio de Fusagasugá habían enardecido a miles de campesinos que el domingo 26 de agosto del año 2013 se daban cita nuevamente para marchar pacíficamente por la ciudad jardín.

Al barrio Pablo Bello fueron llegando a pie y en furgones, la clase popular y campesina, de una Turbo con carroza de madera un puñado de jóvenes campesinos se bajaban con una ansiedad que no podían disimular, se les notaban las ganas de sentir la adrenalina del día;  la escena de ansia no era para menos, era la primera vez que muchos jóvenes como yo veíamos como era una movilización campesina, desde las tomas de tierra en el municipio que hoy es Granada, la región no veía algo parecido. Después de saludarnos con mis amigos y compañeros de estudio de la Normal superior de Pasca comenzamos a congregarnos para marchar, los lideres de la movilización tenían todo planeado para que se escuchara la voz del campesinado de la región del Sumapaz en el escenario nacional.

Comenzamos a marchar en fila india, ríos de gente se veían por las calles de Fusagasugá,  de forma pacífica estábamos despertando la unión de la región en torno a un problema tremendo, que hace parte de la crisis alimentaria que hoy vivimos; de esta forma, las consignas de la lucha campesina, de personas como Juan de la Cruz Varela y de Erasmo Valencia se oían con mucha intensidad y la piel se ponía de gallina; las ruanas, sombreros y zurriagas parecían el uniforme de la movilización, sin embargo, de pronto a la marcha se le agregó otro uniforme, cantidades enormes de policías acorazados se fueron integrando de lado y lado de la cuadra, nos atenazaban con su imponente color negro, con sus armas de guerra de medio oriente, con sus capuchas y una seguridad que intimidaba hasta el más  valiente.

Con el paso de las horas, la multitud se fue dispersando, algunos continuaban en la plaza central del municipio, otros envalentonados pensaban bloquear la entrada a la terminal de transporte, pero nada de eso, el bravío campesino sumapaseño nunca se había enfrentado  a hombres que todos los días los entrenan para golpear multitudes, tampoco los campesinos habían sentido el infierno que se vive al respirar un gas lacrimógeno.

En todo caso, a medio día iniciaron los disturbios a pocas cuadras del centro del municipio, un puñado de campesinos pensaba que el ejército de hombres rudos y vestidos con corazas iban a ser fáciles de mover, por supuesto que no fue así, la paliza que se llevó el  campesinado ese lunes no tiene nombre, era concluyente: un puñado de piedras no le hacia cosquillas al violento cuerpo de represión del Estado.

El combate continuó por minutos, la muchedumbre gritaba sin cesar que se detuviera la  paliza, entre las nubes de gas lacrimógeno una munición de la truflay a toda velocidad golpeó la nuca de un joven vestido con camiseta de atlético nacional, posteriormente la multitud confundida y golpeada gritaba, “lo mataron, lo mataron, no se para, lo mataron”. En efecto, ese día falleció este joven y nuevamente la región del Sumapaz fue noticia en el marco de la movilización del paro agrario del año 2013, sin embargo, muchos hubiéramos preferido nunca haber sido noticia y que este joven campesino estuviera con nosotros.

Hace nueve años que los sueños de mi paisano Juan Camilo Acosta fueron truncados,  “chico” le decíamos a ese joven, pasqueño de corazón y San Bernarduno de nacimiento,  jugador amateur de microfutbol y trabajador incansable del campo colombiano, gracias por  luchar por lo de todos, aunque todos no lo luchen.

Como “chico” otros 5 campesinos fueron asesinados, otros 200 fueron seriamente golpeados y decenas fueron capturados y judicializados, al parecer “este paro agrario que no existió” si dejó cicatrices imborrables, viudas, madres sin hijos e hijos sin padres. Para el gobierno de la época, estas víctimas eran vándalos y guerrilleros, como sí con eso el  muerto dejara de doler, o la persona que había perdido un ojo volviera a ver; adicionalmente los problemas de fondo quedaron sin resolver, nunca llegaron las  tecnologías, las vías terciarias, las semillas, la asesoría técnica, ni el crédito agropecuario,  en suma, esta coyuntura como es muy común en Colombia, quedo como una estadística  más sobre la represión del Estado.

Según la FAO el actual contexto del campo colombiano lo tiene entre los 20 países con riesgo de sufrir hambre los próximos años, posiblemente las necesidades alimentarias llegarán a 7,3 millones de personas, por ende, al parecer “chico”, Fensuagro, “las dignidades campesinas”, la “cumbre agraria” y decenas de organizaciones tengan razón, es hora de volcar nuestro interés hacia el campo, sin que amar la tierrita nos cueste la vida.

Jorge Andrés Baquero Monroy
Licenciado en ciencias sociales de la Universidad de Cundinamarca, Magister en administración pública de la Escuela Superior de Administración Pública. Miembro del grupo de investigación REDES de la ESAP. Actualmente es investigador del proyecto Infraestructuras de Paz, agendas políticas y dinámicas organizacionales en la implementación efectiva del Acuerdo final en Colombia (2016-2022). Sus investigaciones giran en torno a temas como Protesta agraria y conflicto armado en Colombia. mail: Jorgebaqueromon@hotmail.com
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